Las series de televisión son definidas a menudo como mero entretenimiento, pero casi todos sabemos que es mucho más que eso. Al igual que el cine, la ficción televisiva se trata de un catalizador de la cultura, la educación y el arte. Por supuesto, también nos abre ventanas a otras realidades que, por distancia y el paso del tiempo, han quedado enterradas o sin contar nunca. Little Bird es una de esas series que nos conciencian y nos abren la mente, una imprescindible para el espectador que no solo busca entretenimiento.
Esta pequeña serie canadiense fue creada en 2023 por Jennifer Podemski, actriz y escritora hija de padre judío y madre indígena; y Hanna Moscovitch, una dramaturga judía cuyos padres provenían de Rumanía y Ucrania. Con este trasfondo, ambas creadoras se dispusieron a contar la historia de Esther Rosemblum, una mujer que fue adoptada cuando tenía cinco años por una acomodada familia judía de Vancouver. Cuando se compromete con su novio, se pregunta por sus orígenes y emprende un viaje de vuelta para conocer a su familia biológica. Paralelamente, a modo de flashback, volvemos a los años 60 para recordar el momento en el que la niña pasó a manos del estado canadiense ante la impotencia de sus padres.
Antes de acusar a los Estados Unidos y Canadá de robar niños hay que ofrecer cierto contexto histórico. Durante los años 60, se aprobaron leyes de protección al menor al mismo tiempo que ya existían las llamadas ‘reservas indias’, que ya sabéis que tienen una forma de funcionar propia y que en cierto modo tienen sus propias leyes. Lo que puede parecernos hoy en día una ley imprescindible en cualquier democracia occidental se pervirtió de una forma importante al intentar aplicarlas a los pueblos indígenas. Asuntos sociales entraba en las reservas y ante niños sin escolarizar, sin frigorífico y otras comodidades que se suponían garantizadas en el mundo civilizado, con una breve evaluación, se los llevaban de forma indiscriminada sin que los padres pudieran hacer nada, legalmente hablando.
Eso es lo que explica Little Bird, de forma clara y sin rodeos en sus primeros episodios para luego convertirse en la aventura de Bezhig (el verdadero nombre de Esther) reencontrándose con los miembros de su familia, que han corrido una suerte muy diferente. Como era habitual, no todos pueden acabar en una familia que los quiere y que le dan una educación universitaria. La serie nos cuenta cómo se las gastó el gobierno para romper una familia querida y bien alimentada.
Centrándonos en la serie en sí, Little Bird es una serie austera, sin grandes alardes narrativos ni técnicos pero muy efectiva a la hora de contar la historia. En su simpleza está su brillantez, porque aunque su fotografía no sea excesivamente espectacular, sí nos enseña paisajes y planos de los personajes que nos hacen conectar espiritualmente con lo que estamos viendo. Ayuda mucho la música, que sin ser sinfónica ni épica, sí consigue que sintamos la historia como nuestra. Esa música folclórica nos acompaña, ya de paso, a aprender ritos, costumbres y tradiciones de los indígenas al mismo tiempo que lo hacen Behzig y su madre.
Todo esto nos lleva a analizar las interpretaciones de sus protagonistas, sobre todo Darla Contois, que lleva todo el peso de la serie sin histrionismos, con una contención admirable que consigue emocionar con sus leves gestos y palabras. Junto a ella tenemos un elenco lleno de actores autóctonos indígenas que dan credibilidad al relato, al mismo tiempo que visibilidad, y a Lisa Edelstein, la que fuera jefa de House en la mítica serie de los 2000.
Como conclusión, me gustaría celebrar la existencia en sí de la propia serie. En tiempos oscuros donde se critica la inclusión, la cultura woke y la racialización, Little Bird supone el ejemplo perfecto de que no está todo inventado, ni de que todas las historias están contadas. Encontraremos más series así cuando cambiemos los puntos de vista. En este caso, autoras indígenas y mujeres contando la historia que vivieron los suyos, aquellos salvajes con plumas que solían ser los villanos hace 70 años en las películas. Aquellos a los que se le arrebataron sus tierras y se les masacró, ahora tienen la oportunidad de denunciar las injusticias que se cometieron contra ellos de forma sistémica, mediante la ficción audiovisual. Para renovar el lenguaje y la narrativa, queda patente en esta serie, lo que necesitamos son nuevas voces que tengan visiones diferentes de la historia de siempre, que consigan hacernos mirar desde otro prisma y juzguemos por nosotros mismos. Las series también pueden servir para hacer justicia.
El cine y las series de televisión son mi pasión, aunque la Edad de Oro de la pequeña pantalla me conquistó sobre todas las cosas. En Cultura Seriéfila analizo toda ficción que lo merezca con una dosis muy alta de opinión. También me podéis escuchar en el podcast de Cultura Seriéfila y eventualmente en La Jungla Radio.